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Un 30 de agosto “Burlero” mató a “El Yiyo”

El 30 de agosto de 1985, caía muerto en la arena de la plaza de Colmenar Viejo, el diestro José Cubero “Yiyo”, joven de 21 años, poseedor de una personalidad arrolladora y dueño de un arte de torear que aún se recuerda. Yiyo buen amigo y compañero de nuestro maestro César Rincón. El periodista Emilio Suri Quesada, entrevistó a sus padres.

Emilio Suri Quesada

Hace algunos años, impresionado por la leyenda de Yiyo, seguí sus huellas. Colmenar Viejo, tierra de toros. Peña Taurina el Rescoldo y el premio que lleva el nombre del torero. La escultura que está cerca de la plaza. Canillejas, el barrio donde creció; la iglesia donde velaron su cadáver porque en su casa no cabía ni un alma. El bar Olmedilla, donde se fundó la primera peña taurina en llevar su nombre. La Calle Canal del Bósforo, su calle, en donde en la fachada de un edificio está la tarja que testifica que allí vivió.

Mi suerte se alía con la bondad de los padres del torero y me abren la puerta de su casa. Duele recordar, pero hacerlo es una manera de perpetuar la memoria de Yiyo y darlo a conocer entre las nuevas hornadas de los amantes de la Fiesta. La madre se llama Marta Sánchez y el padre Juan Cubero. Escucharlos es tener la impresión de que aquel viernes 30 de agosto está al doblar de la esquina.

-Hace un tiempo –interviene Juan Cubero- tocan a la puerta y cuando abro me encuentro con un amigo latinoamericano que, en su país, siempre iba a ver torear al chico. Cuando llegó al aeropuerto, como no tenía nuestra dirección, se limitó a decir que lo llevaran a casa del Yiyo y aquí lo trajeron.

-Por ejemplo -tercia Marta- si usted monta en un taxi y dice "lléveme a la calle

Canal del Bósforo, en Canillejas”, es muy posible que el taxista comente: "¡Ah, la calle de Yiyo, el torero!”.

-¿Era cariñoso vuestro hijo? – les pregunto a los padres.

-Sí -asegura Juan-. Tenía extremo con su madre y con su hermana.

La madre esboza una sonrisa y cuenta:

-Me decía Mamurriña y le gustaba bromear. Siempre estaba alegre y cuando cobró su primera corrida, me dijo: "Siéntate ahí que voy a hacerte una foto” y mientras yo protestaba, él, riendo, me cubrió con billetes de dos mil pesetas e hizo la foto.

-Dicen algunos que Yiyo tenía una sonrisa triste y que era muy serio para su edad –comento.

Juan, el padre, aclara:

-Serio era para su trabajo y cuando tenía que serlo, pero en nada era triste. A veces estábamos en la cama su madre y yo y, de pronto, llegaba y se metía entre nosotros. Era tan grande que casi nos tiraba para el suelo. Y claro que le gustaban las bromas. En una ocasión, en Nimes, estaban en el hotel. Era la hora del desayuno y se puso de acuerdo con su apoderado. La broma consistió en echar Evacuol en las tazas de mermelada que estaban preparadas para los huéspedes. ¡Y se armó una muy, pero que muy gorda! Había que ver a la gente corriendo para los servicios. Y ellos muertos de risa.

-¿Y le gustaba cantar o bailar? –indago.

-Le gustaba, pero no sabía –responde Marta.

-Lo que sí le gustaba era escuchar a Camarón y a Michael Jackson –afirma Juan. Incluso, hasta se compró unos cascos para escucharlos sin molestar mientras viajábamos y, en ocasiones, hasta se ponía a imitarlos en el coche. Pero no sabía bailar. Una vez en México, estábamos en una fiesta y una bailadora lo invitó al escenario para que bailara sevillanas. Me miró, como preguntando qué hago y ante la insistencia, no le quedó otra que subir y mientras ella bailaba, él la siguió y hacía como si estuviera toreando.

Les pregunto si era muy presumido a la hora de vestir.

-No le gustaban los smokings, no – aclara el padre-. Que yo recuerde sólo vistió uno en toda su vida. Fue cuando le dieron el premio Mayte de Tauromaquia.

-¡Se veía elegantísimo! –puntualiza la madre-. Sin embargo, él prefería los pantalones vaqueros y los mocasines sin calcetines, aunque a su padre no le gustaba que anduviera sin ellos.

El padre se lleva la mano a la sien, como si buscara algo en su interior y, con voz pausada, cuenta:

-Pero, papá, me decía. "¿cómo voy a vestirme más elegante para andar por el barrio, cuando la mayoría de mis amigos están en paro y no tienen dinero?”. Ya le digo que era un chico muy bueno. Ni él ni sus hermanos eran trasnochadores. En el mundo hay muchas golferías y yo cuidaba para que las aprendiera lo más tarde posible.

Cuando le pregunto a Juan Cubero cómo celebraban en casa los triunfos de su hijo, responde:

-Normal. A veces, me decía: "Venga, papá, vamos a hacer una fiesta que hoy he salido por la puerta grande”. Y yo, le contestaba: "Pero tú, ¿a qué has venido? ¿No venías a por las orejas? Pues has cumplido. No por gusto, una vez, le dijo a un periodista que yo era su crítico más feroz. Pero no era sólo yo, porque su madre, cuando él le decía: "Mamá, he cortado dos orejas”, ella le respondía: "¿Dónde? ¿En un pueblo, en Sevilla o en Madrid?”.

Entre las muchas anécdotas que Juan Cubero recuerda de su hijo emerge una que guarda relación con Paquirri, el torero muerto en Pozoblanco:

-Fue en Mont-de-Marsan, Francia. Esa tarde toreaban Paquirri, Dámaso González y Yiyo y estos, al ver cómo el chico le cortaba las dos orejas a su primer toro, se preguntaron: "¿Y esto cómo es?” y, al sentirse presionados, también le cortaron las orejas a los suyos. Esa tarde armó el taco. Recuerdo que Paquirri, cuando compartía cartel con mi hijo, me decía en broma: "¿Otra vez? ¿Otra vez con el niño?

Y ya usted ve -le comento a Juan Cubero- fue el niño quien tuvo que matar a Avispado en Pozoblanco… ¿Qué recuerda de lo sucedido allí?

Juan Cubero asiente y dice:

-Era una corrida de fin de temporada y Paquirri, en la comida, me comentó:

"Juan, corridas como estas firmaría doscientas al año”. Esa tarde Yiyoles había cortado las orejas a sus dos toros y cuando Paquirri fue cogido, también tuvo que encargarse de Avispado. Cuando le cortó las dos orejas, llamó a Joselito Torres, el banderillero de Paquirri y le dijo: "Aquí las tienes, son para el Maestro, paséalas tú”.

Marta Sánchez y Juan Cubero me hablan de Yiyo como si éste anduviera entrenando o estuviera con los amigos de su Peña del Bar Olmedilla. Es decir, como si no se hubiera ido nunca. Generosos, se amarran el dolor que todavía llevan dentro después de tanto tiempo y me enseñan fotos en donde se ve a un Yiyo de unos nueve años dándole capotazos a una becerra. Me enseñan su espada, sus trajes, algunos de los trofeos que ganó en los ruedos…

-¿Y cómo era cuando vivían en Francia? –pregunto como si cambiara de tercio.

Juan Cubero sonríe y junto con Marta ocupa un sofá. Detrás, hay un cuadro con la imagen de su hijo.

-De joven fui banderillero, pero al terminar la mili, como no era fácil abrirse camino como torero, decidí con mi mujer y mis dos hijos mayores irnos a Francia. Yiyo nació en Burdeos el 16 de abril de 1964. En Francia trabajaba como pintor y al tiempo, abrí una escuela taurina. En ella enseñé a torear a todos mis hijos y también les enseñé a respetar a los demás. Recuerdo que por las noches hablábamos horas y horas acerca de los toros. Así empezaron a crecer. Aunque mis hijos fueron a la escuela y aprendieron francés, en mi casa se hablaba español y se comía cocido. Estábamos orgullosos de ser españoles. Incluso, cuando veníamos de vacaciones, les pagaba una academia para que no se olvidaran de su idioma. A los seis o siete años Yiyo ya se peleaba con los becerros.

Al hablar de la escuela de tauromaquia de Madrid, Juan Cubero rememora:

-La Escuela nació con el esfuerzo de Juan Martín Molinero, Enrique Martín Arranz y teniendo como profesores a Juan y Miguel Cubero y a Juan Bellido, hijo. Detrás estábamos los padres de muchos chicos que se entrenaban allí. Cuando aquello la escuela no era lo que es hoy y recuerdo que íbamos a quitar escombros, a pintar y a colocar cristales. Después, hasta se habilitaron camas para que los chicos de pocos recursos que no eran de Madrid tuvieran techo y comida. Allí no sólo se enseñaba a torear y muchos aprendieron a leer y escribir.

-¿Y cómo fue la presencia de Yiyo en la escuela?- le pregunto.

-Una mañana –responde Juan Cubero sin ocultar su orgullo- había como quince chicos ejercitándose en el ruedo y Guillermo Martín, un banderillero catedrático de la casa de los Bienvenida, me dice: "Fíjate en lo que te voy a decir: aquel chavalito que está con la muleta llegará a ser figura del toreo. ¡Mira qué estilo!”. Y, al fijarme, le dije: "¡Pero, coño, si ese es mi José!”. Y no se equivocó. Poco tiempo más tarde, en unión de Julián Maestro y Lucio Sandín, Yiyo formaría la terna conocida como "Los príncipes del Toreo”.

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