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La historia de la tauromaquia se escribe con el toro bravo

Histórico lo vivido en la inaugurada plaza de Marruecos con un llenazo de boletería agotada, en jurisdicción del municipio de Subachoque a pocos kilómetros de Bogotá, capital colombiana que por estos días sufre la ignominia de alguien que valiéndose de su poder de Alcalde, cerró la primera plaza de toros del país, La Santamaría.

Con un llenazo de boletería agotada y más de 400 personas por fuera sin poder entrar, se llevó a cabo la corrida denominada “Homenaje a la afición de Bogotá”, por parte de los ganaderos del hierro de Mondoñedo, el más antiguo de Colombia, ya que su historia data desde 1923. Toros muy bien presentados, serios como los que más y con comportamiento de adultos con todas sus barbas, así fueron lo Mondoñedos que saltaron al rueda de la coqueta plaza de Marruecos, techada y muy cómoda. Todos los toros de Mondoñedo dieron gran pelea en los caballos. Toros que tomaron entre dos y tres varas cada uno, produciendo tres tumbos o derribos de los picadores, al arrancarse de largo y con potencia, en medio de la exclamación del público. La terna de toreros estuvo integrada por los diestros colombianos Paco Perlaza, Ramsés y el español Eduardo Gallo. Perlaza, variado, entregado con los mondoñedos al conducirlos con muletazos largos de buena factura. Sus faenas vibrantes, una de ellas injustamente ninguneada por el palco presidencial, al negarle por lo menos una oreja. En éste punto, bronca para el presidente por desacertado. Ramsés firme, embraguetado. Le falta vender un poco más lo que hace que es muy bueno. ¡Serio!, sí, pero no hay que perder de vista que el torero es un actor que tiene que motivar al espectador a sentir emociones de todo tipo. Eduardo Gallo con buen empaque, pero se queda corto en su interpretación y por eso pensará uno que está donde está, por no terminar de rematar sus actuaciones. Es decir, torea bien, es valiente, pero falta un no sé qué, en un no sé dónde. Se cortó una oreja, la única, por parte del torero español Eduardo Gallo, quien lidió un toro extraordinario de nombre Carpintero, con 486 kilos, de esos que hacen una ganadería, como para indulto por su bravura y hechuras, de esos que salen poco. Siempre se ha dicho que la bravura de un toro se mide en el caballo de picar. Los de Mondoñedo así lo ratificaron tomando entre dos y tres varas. Apropósito de esto, recuerdo una jocosa anécdota de un ganadero colombiano, quien en un tentadero junto a otro ganadero, colega suyo que siempre sacaba vacas y toros muy bravos en el caballo de picar, le dijo: “Ala micho, te felicito, tus toros son muy buenos pal picoteo, los mío pal capoteo”. El mensaje de esta corrida de cierre de la temporada grande colombiana fue claro: “En Bogotá hay afición a los toros. Somos una minoría que clama por ser respeta y por su fundamental derecho a La Libertad”.
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