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Puerta grande de Castella y toreo fino de Garrido

Por su parte, Ramsés resultó con fractura en el húmero del antebrazo izquierdo

Por José Luis García A.

En el marco de una huracanada tarde de sol, el torero francés Sebastián Castella abrió la puerta grande de la Santamaría al cortar tres orejas a toros de Ernesto Gutiérrez en la cuarta corrida de abono, que quedó convertida en un mano a mano por la lesión que mandó a la enfermería al colombiano Ramsés.

El torero bogotano resultó con fractura en el húmero del antebrazo izquierdo, producto de un varetazo que le propinó su primer toro –segundo de la tarde- cuando lo recibió con una larga cambiada. Por los insondables designios de los hados de la tauromaquia, desde ahí la corrida fue un mano a mano entre Castella y el español José Garrido.

El francés cortó tres orejas con su particular tauromaquia, basada en la entrega, el oficio y la persistencia. Al primero le hizo un quite de entonadas chicuelinas, pero en la muleta pechó con un ejemplar corto de recorrido, soso y descastado. Al segundo –primero de Ramsés- le instrumentó con mando templados naturales y derechazos en los medios. Castella paró, templó y mandó, como mandan los cánones, a un toro que humillaba con nobleza, repetición y fijeza. Un estoconazo selló la faena cuando el toro se rajaba buscando el refugio de tablas y chiqueros. La primera oreja.

En el quinto coincidieron la generosidad de Usía y del público capitalino. Castella lo recibió con sus tradicionales cambios por la espalda en los medios, una suerte que lleva la firma del francés. El viento ya había pasado a ser protagonista de la tarde. La insistencia, temple, ligazón y otro espadazo de Castella resolvieron la papeleta de este toro noble que no terminó de romper, aunque recibió en el arrastre las generosas palmas del respetable, que también se excedió al pedir los dos trofeos para el de Béziers, otorgados a la postre por la presidencia.

No vino Cayetano, pero sí el toreo fino de Garrido
La oreja que Ucía le negó impasible a Garrido en el cuarto toro se la dio generosamente –la segunda- a Castella en el quinto. Y es que no vino Cayetano Rivera Ordóñez a Bogotá, pero sí el toreo refinado de Garrido: lucido y lúcido con el capote, y elegante y exquisito con la muleta.

El cuarto, un negro zaíno -como todos sus hermanos- de nombre Narrador, ratificó la correspondencia que existe entre el fenotipo y el genotipo, entre las hechuras y el juego de los toros en el ruedo: un gran ejemplar con trapío, bien hecho y bajo de agujas que fue noble, bravo, fijo y templado, ante el que Garrido demostró su toreo de regusto y buenas maneras. Un pinchazo hondo y caído, una espada corta y un golpe de descabello después de que el toro tardara en doblar enfriaron a la parroquia e impidieron que el español tocara pelo a punta de verónicas y chicuelinas con empaque y pinturería y de naturales de mano baja y pases de la firma para cartel de corrida de toros. Colofón con bernadinas de perfil, muy a su estilo.

Lo mejor de la tarde. El viento soplaba como en el otoño y las hojas volaban por los tendidos de sol con el mismo alto vuelo del toreo garboso y elegante del de Badajoz. Al final el toro se malogró una mano, lo que impidió un triunfo redondo de Garrido, que saludó desde el tercio. Palmas al pupilo de don Miguel Gutiérrez.

No obstante, Garrido tuvo la mala suerte en su primero de que el toro se rompiera el pitón izquierdo: dramática tarde de fracturas. Era un toro bravo que embestía pronto y al galope a los vuelos del capote, pero que hubo de ser cambiado. El sobrero arrastraba una sutil e incómoda lesión en una extremidad delantera y un peligro sordo: revoltoso, con la cara arriba y más pendiente del cuerpo del torero que de la muleta. Una espada entera sin puntilla finiquitó la faena. Todo fue silencio en la plaza.

Las corrientes huracanadas de aire gélido proveniente de los cerros orientales se apoderaban del ruedo, de los tendidos y del que cerró la tarde, un bicho imposible que se agarraba al piso, que tiraba derrotes, con medias embestidas, gazapón, sin fuerza ni casta. Como pudo, Garrido, quien se mostró desconfiado y desbordado por las malas condiciones del toro, acabó con el suplicio y los pitos no se hicieron esperar. La tarde se diluyó en el helado agridulce de la noche bogotana.

Ficha del festejo:
Sebastián Castella (grana y oro): silencio, una oreja y dos orejas. Puerta grande.

Ramsés (rubí y azabache): su primer toro –segundo de la tarde- le fracturó el húmero no más saludarlo con el capote y lo mandó a la enfermería.
José Garrido: silencio, saludo desde el tercio y pitos.

Toros entipados y cómodos de cara. En general, descastados, nobles y faltos de fuerza. Palmas al cuarto y al quinto. Casi inexistente el tercio de varas.

Tarde soleada y con mucho viento. Un tercio de plaza.

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