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Pase por la espalda de Manuel Escribano
Inaldo Pérez

Escribano escribió lo mejor de una tarde fría y lluviosa en la Santamaría

El diestro andaluz puso torería, profesionalismo y arte.

No hay quinto malo. El viejo aforismo de la tauromaquia se hizo realidad cuando el torero español Manuel Escribano escribió con el quinto toro lo más importante de una tarde fría y pasada por cántaros de agua en la Plaza de la Santamaría. Mucha agua y ninguna oreja en Bogotá.

El diestro andaluz puso torería, profesionalismo y arte, y cuajó unos buenos pares de banderillas en momentos en que algunos aficionados se habían ido de la plaza  gracias al diluvio que caía en el centro internacional de la capital colombiana tras la lidia del tercer ejemplar y mientras otros pensaban que se suspendería por el estado del ruedo, anegado de lodo y charcos.

Fue ahí cuando Escribano, sembradas las zapatillas en la arena movediza en que se había convertido el ruedo, recibió al, en principio, buen quinto con unos pases cambiados por la espalda dando fe de su pundonor y respeto por la afición colombiana.

Después ejecutó varias series de muletazos largos y templados, de mano baja, aprovechando las primeras embestidas nobles del ejemplar de la ganadería de El Manzanal. Entendió las condiciones del toro hasta que este se rajó al buscar las tablas y la puerta de chiqueros. Ahí se volvió gazapón y fue imposible que Escribano lo parara para ejecutar a ley la suerte suprema. La oreja que ya tenía en la chaquetilla la cambió por una vuelta al ruedo ante la suma dificultad de darle muerte al quinto.

Con su primero, un jabonero sucio, no tuvo muchas posibilidades dada la mansedumbre y complicadas condiciones del astado, que recibió una gran pica del varilarguero Luis Viloria. Una espada desprendida fue suficiente para pasaportarlo. Palmas cariñosas y pitos al toro.

Colombo enmendó la plana

Tras el petardo de su confirmación -el que abrió la tarde- por su falta de porfía e interés, el diestro venezolano Jesús Enrique Colombo salió a jugarse el tipo en el sexto y último de la tarde, ya con el ruedo vuelto un lodazal. Puso los pares de banderillas de mayor mérito e importancia de la tarde y salió al ruedo dispuesto a jugarse el tipo.

El toro era tardo, pero una vez acudía al cite metía la cara con clase en los vuelos de una muleta bien mojada, embarrada, templada y ligada del torero venezolano. El toro se iba quedando a medida que la serie de muletazos avanzaba hasta pararse para buscar más el cuerpo del torero que el trapo rojo.

En este Colombo sí porfió, incluso, hasta la temeridad frente a que se venía a menos, cada vez más rajado y peligroso. Tras media recursiva, y echada la muleta a la arena, el torero se volcó a cuerpo limpio al morrillo del ejemplar y cobró una estocada perfecta, lo que se tradujo en ovación y fuerte petición de oreja que la presidencia negó. Vuelta al ruedo.

En la conmemoración de sus 25 años de alternativa, el experimentado torero colombiano Sebastián Vargas pechó con toros faltos de fuerza y de embestida descompuesta e irregular. Su primero derribó dos veces al picador Clovis Velázquez.

Vargas estuvo decoroso y lo intentó de muchas formas en virtud de su reconocido carácter aguerrido, pero no terminó de convencer a la parroquia ni de acoplarse a las dificultades que le ofreció el lote que le correspondió en suerte. Destacados los naturales a su segundo.

Era una corrida de toreros banderilleros, que se invitaron secuencial y mutuamente a poner los garapullos. El segundo tercio no acabó de llenar las expectativas de la afición, que disfrutó lo mejor de la corrida al final de la tarde, cuando el diluvio y los toros no ofrecían muchas esperanzas.

Fuente
Sistema Integrado Digital

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